Jackson Argent era un hombre que no aparentaba la edad que tenía. No pasaba de los treinta años, pero su profesión como corresponsal de guerra primero y como periodista investigativo después, lo había hecho ver más horrores en los últimos diez años, de los que mucha gente veía en toda su vida.
Por eso cuando Connor Sheffield se había aparecido en su puerta, cargando el legajo con los archivos originales contra INVEXA, no había dudado ni un solo segundo en dejarlo pasar. Las siguientes semanas habían sido brutales. Apenas dormían, comían apurados e investigaban tanto y tan profundo como podían pero a cada paso parecía que todo se enredaba más.
Connor vivía de sus inversiones en las compañías que una vez había representado, y Jacob le enviaba también su parte de las regalías por la sociedad con el nuevo despacho
Connor golpeaba una y otra vez el saco de boxeo; con la velocidad de un profesional, la fuerza de un hombre determinado y la violencia de un asesino común. Era una combinación extraña, pero desde que lo habían dejado tirado medio muerto en el suelo de su departamento, había entendido que aquella sería una batalla en todos los sentidos.Había estado tan desesperado por demostrar la verdad, que no se había percatado de que debía estar vivo para llevarla hasta sus últimas consecuencias cuando la hallara.Por suerte Jackson lo había encontrado y su médico personal, Alan, lo había compuesto lo mejor que podía. Cuatro costillas fracturadas, un hombro dislocado y contusiones como para hacer una exposición. Pero había aprendido la lección.El departamento tenía un nuevo sistema de seguridad, había dejado el alcohol tanto como la culpa se l
Connor sentía que el corazón le iba a estallar. Apartaba a la gente como podía sin dejar de gritarle, hasta que fue capaz de alcanzar su brazo y hacer que aquella mujer se girara.—¡Baby…!La muchacha se bajó los lentes oscuros, dejando ver unos ojos negros que eran dos pozos sin fondo y lo miró de arriba abajo sin permitir que ni una sola emoción alterara su rostro.—Disculpe, pero ese apelativo cariñoso lo reservo solo para mi marido… y usted no se parece en nada a él.Connor se quedó atónito mirándola.—¡Virginia…! —sentía el corazón en la garganta. Las manos le temblaban, tenía los ojos cristalizados y una angustia que apenas lo dejaba hablar—. ¡Virginia…!Intentó llegar a ella y abrazarla pero la muchacha puso las dos manos abiertas frente a él,
Era hermosa. No había otra palabra en la mente de Connor Sheffield que no fuera aquella. Era una mujer hermosa y por más que le repitieran que no era Baby, algo dentro de él no lograba dejar de ver el diabólico parecido con ella. Probablemente lo mejor para él fuera alejarse, tomar los documentos y largarse de vuelta a América, pero simplemente no podía. No podía hacer oídos sordos a esa voz ni ojos ciegos a cada rasgo reconocible en el rostro de Malía Gaitán. Fue completamente capaz de dormir esa noche, repitiéndose cada una de las diferencias que había entre ellas, especialmente en el aspecto físico. Baby solía ser una chica delicada, con curvas lindas pero ligeras, mientras que Malía Gaitán era una mujer entera, definida, voluptuosa. Connor apenas fue capaz de dormir esa noche, y al día siguiente llegó al museo mucho antes de las diez de la mañana, pero no consiguió verla. Recibió los documentos de parte de Talía, y realmente no se atrevió a preguntarle po
Connor la bajó despacio, con las manos firmemente cerradas sobre sus caderas. La dejó en el suelo y se detuvo por un segundo a disfrutar la cercanía de su aliento. Era como estar intoxicado con opio o algo así.—¿Entonces qué va a ser? ¿Mala suerte o premeditación? —murmuró ella y Connor sintió que cada vello de su cuerpo se erizaba ante ese timbre de voz. Cerró los ojos, intentando imaginar un cabello claro y unos ojos azules y coquetos, pero sabía que cuando los abriera no sería eso lo que encontraría.—Creo que no puede llamarse mala suerte a nada que tenga que ver contigo.Se separó de ella con lentitud, resistiendo al deseo insoportable de besarla, de abrazarla, de caer de rodillas a sus pies pidiéndole que lo perdonara…—¿Y bien? ¿Señor Sheffield? —Ella interrumpió sus pensam
Era una completa locura, y Connor ni siquiera era capaz de empezar a enumerar las razones por las que meterse en la casa de Alejandro y Malía Gaitán estaba mal; pero aunque su cerebro era perfectamente capaz de hacer la lista, Connor no era capaz de detenerse.Había algo en él, una última mariposa en su estómago que se negaba a morir, una esperanza que se negaba a aceptar todas y cada una de las coincidencias que unían a Virginia Vanderville con Malía Gaitán.Siempre había sido un abogado respetable, pero en aquellos últimos meses de convivir con un periodista investigativo, Jackson se había ocupado de enseñarle algunos trucos nada respetables.Connor se echó abajo en su asiento mientras vigilaba la casa de los Gaitán, los había seguido desde el museo y ahora solo tenía que esperar a que se fueran a la exposición. Entonces tendría
Dio dos pasos atrás, aturdido. El dolor físico era nada, absolutamente nada comparado con el dolor emocional en el que Connor Sheffield se había estado ahogando en el último año.—¿Te volviste loco? ¡Soy una mujer casada! —exclamó Malía furiosa.Connor la miró a través de aquella muralla cristalina que eran sus lágrimas y se tambaleó un poco, intentando alcanzar una pared para no caerse.—Lo siento… lo… lo siento, no sé qué… ¡Oh Dios, qué estaba pensando…!Malía lo vio inclinarse hacia adelante, sosteniéndose el pecho como si no pudiera respirar, y maldijo por lo bajo antes de empujar hacia él la pequeña banqueta del tocador y obligarlo a sentarse.--Oye… de verdad, ¿qué te pasa? ¿Necesitas un médico o algo? ¿Quieres qu
El mundo se había tornado oscuro de repente, como si no pudiera ver, escuchar o sentir nada más que no fuera el llanto de aquel bebé. Connor ni siquiera vio a dónde se dirigía, los pasillos que recorría o las puertas que atravesaba, solo sabía que detrás de la última que empujó estaba… él.El cuarto era de un color azul muy pálido, con nubecitas blancas pintadas en las paredes. Era pequeño, acogedor y cálido, y en medio había una cuna de madera en la que se veía un bebé de pocos meses dando suaves pataditas al aire.Las manos de Malía, que habían estado batallando hasta ese momento por retenerlo, lo soltaron de repente. La mujer pasó a su lado, porque ya no había nada que hacer; y se acercó a la cuna, levantando en brazos al bebé.Quizás a Connor le había llegado a lo más hond
Nadie tenía que decirle que estaba haciendo lo correcto, Connor lo sabía. De pie en la sala de abordaje del aeropuerto de Bilbao, esperando el vuelo 4582 de American Airline hacia Los ángeles, Connor sabía que hacía lo correcto marchándose. Por más que le doliera, Malía no era su mujer, y Sam no era su hijo. Ellos solo eran el espejismo con que su cerebro se deleitaba torturándolo. Miró con impaciencia su reloj, faltaban solo quince minutos para que comenzaran a abordar. Y entonces todo habría terminado. En medio día estaría de regreso en Los Ángeles, y trataría de olvidarse de Malía, del bebé, y de aquel breve instante en que había creído que la vida podía ser buena de nuevo. Escuchó la primera llamada a abordar justo en el momento en que su celular comenzó a sonar. Connor vio el nombre de Jackson brillando en la pantalla y se apresuró a responderle. —¿Jackson? Todo bien —preguntó preocupado. —No, no muy bien, volvieron a atacar a Michael —re