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CAPÍTULO 5. Una proposición indecorosa.

Virginia arrugó el ceño cuando escuchó aquellas palabras. 

—¿Quedarme? ¿Aquí, en tu casa…? ¿Cómo…? —lo que realmente quería preguntar era «por qué», pero no sabía cómo expresar su sorpresa.

—Como mi acompañante. Quiero que te quedes como mi acompañante.

Connor la vio apretar los labios y pasar saliva.

—Creo que se confundió, señor abogado. No soy una put@, no pertenezco al Spectrum y no estoy a la venta… —siseó ella, molesta— …al menos no todavía.

Connor sonrió porque todavía tenía fuerzas para ser combativa a pesar de todo, y porque le gustaba aquello de que no tuviera filtro.

—Sé que no perteneces al club y sé que eres virgen, Baby —dijo y la vio asombrarse y sonrojarse a la misma vez—. Pero creo que tus palabras y el pensamiento detrás de ellas es correcto: «Al menos no todavía». Todavía, a pesar de lo que has pasado, puedes decir que eres tu dueña. Y lo único que quiero es ayudarte a que eso se mantenga así.

La muchacha se incorporó sobre la cama con un gesto penoso y Connor la ayudó a terminar de sentarse.

—¿Me vas a hacer una propuesta menos indecorosa que ser otra chica del Spectrum? —le preguntó y Connor no pudo evitar reír.

—No, Baby. De hecho no es nada indecorosa mi propuesta… creo.

Virginia respiró tan profundamente como el dolor se lo permitía y luego asintió.

—Bien, dispara.

—Bueno… en diez días me iré a Nueva York. Voy a abrir allá una sucursal de Sheffield & Lieberman —le explicó Connor—. Me iré al menos tres meses, aunque espero que sean más. Y me gustaría que te fueras conmigo, para hacerme compañía.

—¿Qué clase de compañía? —preguntó Virginia desconfiada.

—Pues no sé, solo… compañía. No puedo llevarme a Liotta, ella tiene a su familia aquí, y yo…

—¿Quieres que sea tu ama de llaves?

—¡No! No es eso, quiero decir…

—¿Siempre eres tan nervioso? —Virginia no pudo evitar reírse y Connor se detuvo, embobado con aquel sonido.

—Te odio —le dijo, riendo también—. No soy un hombre nervioso, defiendo casos delante de un tribunal todo el tiempo, pero tú… Supongo que eres muy chica y me da algo de sana vergüenza decir lo que quiero.

Virginia asintió, comprendiendo.

—¿Quieres que sea tu amante?

Connor se sonrojó. ¿Qué demonios le estaba pasando?

—No es la idea original.

—Pero no te opones.

—¡Demonios, Baby! ¿Alguna vez piensas antes de hablar? —exclamó él.

—No, a menos que quieras que sea otra de las mojigatas mentirosas con las que te acuestas en el Spectrum.

Connor se echó hacia atrás en su silla y se quedó mirándola como si fuera una criatura mítica y no pudiera creer que existiera de verdad.

—OK. Vamos a ser claros, entonces —accedió—. No quiero estar solo en Nueva York, pero tampoco quiero una mujer que me esté martirizando porque necesita atención. Quiero que vayas conmigo a Nueva York, que vivas conmigo, que cenes conmigo, que me acompañes a los eventos, que me soportes cuando estoy de mal humor. Quiero que estés presente cuando te necesite.

—¿Presente en tu cama?

—Presente en mi vida. Donde quieras dormir ya es asunto tuyo, pero no voy a exigirte que seas mi amante —aclaró—. Si quiero satisfacción sexual soy perfectamente capaz de conseguírmela sin obligar a nadie.

Virginia pestañeó un par de veces, pensativa, y se abrazó el cuerpo. En eso tenía razón, no dudaba que hubiera más de una mujer que quisiera meterse en la cama de Connor Sheffield voluntariamente. Era un hombre muy atractivo, y tenía ese extraño magnetismo que emanaba de los hombres poderosos.

—Entonces… solo quieres que viva contigo, que te acompañe, pero no tengo que acostarme contigo si no quiero, ¿es así?

—Exactamente así. Yo quiero que me acompañes y tú no tienes a dónde ir. —Connor se encogió de hombros—. Creo que algunos meses lejos de aquí nos vendrían bien a los dos, Baby.

Virginia asintió, si hubiera podido alejarse lo habría hecho desde hacía mucho tiempo. Quizás aquella era la única oportunidad que tendría.

—Está bien, pero tengo mis condiciones —murmuró Virginia—. Hay… cosas que necesito.

—Sí, no te preocupes. Sacaré una tarjeta de crédito adicional para ti. Tendrás ropa, zapato, joyas, todo lo que quieras puedo comprarlo para ti… También te daré dinero cuando lo necesites o te compraré… no sé, lo que quieras que te compre… Creo que hay un nombre para eso —rio Connor con nerviosismo—. Supongo que seré tu «Sugar daddy» o algo así. Te pagaré a cambio de tu compañía, firmaremos un contrato con las condiciones. La cosa es que podrás disponer de lo que…

—Estás siendo un idiota —lo interrumpió Virginia y Connor pudo ver la seriedad y la dignidad en sus ojos—. Mis condiciones no son dinero. Obviamente necesito ropa porque no voy a andar desnuda por tres meses, pero no necesito cosas caras, ni joyas ni tarjetas, ni nada de eso.

Connor se mordió el labio inferior. Sí que era dura la muchachita.

—OK. ¿Entonces cuáles son tus condiciones, Baby? —le preguntó con suavidad.

Virginia lo pensó por un segundo. Connor Sheffield era uno de los abogados más poderosos del país, había escuchado hablar de él muchas veces y sabía de lo que era capaz. Tal vez, y solo tal vez, estar bajo su sombra la ayudaría por fin a conseguir esa justicia que había ansiado por tantos años.

—Quiero trabajar —dijo con determinación—. Es mi primera condición.

A Connor le sorprendió un poco que, teniendo la opción de que la mantuvieran cómodamente, Baby eligiera ganarse el sustento.

—¿En qué quieres trabajar?

—Contigo, puedo ser tu asistente. Soy buena con los idiomas y las computadoras y soy… soy habilidosa, aprendo rápido —le aseguró Virginia—. He sido bien educada.

Connor levantó una ceja, eso se notaba a la legua.

—Podemos hacer eso —consintió. De cualquier forma no podría llevarse a su asistente actual, y algo le decía que Baby no lo decepcionaría—. ¿Algo más?

—Sí… quiero que no me preguntes sobre mí. Y a cambio yo no te preguntaré sobre ti —le ofreció Virginia.

Era una buena forma de mantener la distancia entre los dos.

—Puedo aceptar eso siempre y cuándo no te busque la policía —dijo Connor.

—No te preocupes, no me buscan —suspiró Virginia, no podía decirle que quienes la buscaban eran peores que la policía.

—Bien. ¿Alguna otra cosa?

Virginia lo miró a los ojos.

—Me gustaría saber por qué. Y esa es la única pregunta personal que te haré.

—¿Por qué qué, Baby? —preguntó Connor sin comprenderla.

—Bueno, eres un abogado importante, tienes dinero —murmuró Virginia—. Eres muy atractivo, besas como dios… —Connor rio recordándolo—. Y pareces buena persona. ¿Por qué querrías convertirte en un… sugar daddy? Estoy segura de que las mujeres hacen fila en la puerta de tu despacho.

Connor asintió, entendiendo a qué se refería.

—No aceptaré ni negaré la fila de mujeres… Pero si soy un abogado importante es porque pongo mi trabajo antes que todo, incluyendo las relaciones personales —confesó—. No tengo tiempo para enamorarme, para tener una novia o cualquier tipo de relación formal. Y tampoco tengo la tolerancia que hace falta para soportar que me controlen o demanden mi atención.

—Entonces esto es más fácil para ti —comprendió Virginia—.  Sin ataduras, sin compromisos, solo un contrato en medio de los dos.

—Así es. Sin drama —añadió Connor y la vio reír con cansancio.

—¿Entonces por qué yo? ¿No me has visto bien? Soy un drama sobre dos piernas.

—¡Dos piernas hermosas!

—¿Por qué yo? —insistió Virginia.

—Por eso, porque eres directa, porque no tienes filtro, porque eres realista y mucho más madura de lo que dejas ver.

—¿Solo por eso? —casi había un poquito de decepción en su voz y Connor sonrió.

—No… también porque me fascinas… y sé que voy a disfrutar la anticipación.

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